“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él,
de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró
para ellos”, (Ap.20:11).
La reunión final de la humanidad con Dios en el día del
juicio está grabada de forma indeleble en el corazón del hombre. El
reconocimiento de este encuentro final es una de las cosas que distingue al
hombre de los animales y parece formar parte de la conciencia humana. Más
todavía, tal encuentro con Dios se menciona muchas veces en la Biblia y tiene
lugar inmediatamente después del reino milenial, una vez que Cristo haya
dominado la última rebelión del hombre y justo antes de que comience la nueva
eternidad que Dios ha preparado para aquellos que lo aman y lo aceptan en su
corazón.
“Los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios”
(Ap.20:12) indica que todos esos “muertos” para con Dios, que viven en el lugar
de tormento a donde fueron luego de su muerte terrenal, son resucitados (como
se promete en Dn.12:2). Esto ocurre para que se presenten ante Dios, quien los
juzgará “según sus obras” (v.12). es evidente que en el cielo existen libros
donde están registradas las obras de los hombres y allí estarán hasta este
juicio. Los “muertos” que se mencionan aquí son personas que nunca recibieron a
Cristo antes de su primera muerte, y que luego del milenio serán resucitadas
para presentarse ante Dios. Los libros que contienen sus obras serán abiertos, y
ninguna de estas acciones habrá sido borrada por la sangre redentora de Jesús
porque dichas personas lo rechazaron mientras vivieron en la tierra. Por tanto,
se condenan por sus propias obras.
El que haya distintos niveles de castigo en la eternidad
parece ser tanto bíblico como justo. Muchos creen que el motivo por el cual se
realiza este juicio en particular es determinar los grados de sufrimiento en el
lago de fuego. Es ante este trono que se cumplirá la predicción de (Fil.2:9-11)
de que habrá un día en que todo hombre y mujer doblará sus rodillas para adorar
a Jesucristo y confesar “que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre”. Si ahora nos arrepentimos y confesamos a Cristo, por supuesto que se
nos excluirá de ese juicio y nuestros nombres estarán escritos en el “libro de
la vida del Cordero” (Ap.13:8). Esto nos garantiza que nuestros nombres
permanecerán en el “libro de la vida”, un libro diferente del que se borrará el
nombre de toda persona que muera sin una relación salvadora con Cristo
(Ap.3:5). Según (Ap.20:15), luego de una verificación final en este libro de la
vida, todo aquel cuyo nombre no aparezca allí será lanzado al lago de fuego.
La grandeza de este trono no estriba en su tamaño ni en la
cantidad de culpables sino en la grandeza del Juez que lo preside: el Señor
Jesucristo. El color blanco representa su santidad y su pureza, y cuán
apropiado es que sea Él quien juzgue a la humanidad (ver Juan 5:22,27-29;
2Tim.4:1). Él es el Verbo eterno (Jn.1:1), que vino a dar vida; una vida libre
del poder y la paga del pecado (Lc.19:10; Ro.6:23; He.12:9). Quienes rechacen
el regalo ofrecido por el Cordero de Dios, descubrirán que verdaderamente
“¡horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He.10:29-31).
El juicio del gran trono blanco no es para los cristianos.
Es solo para aquellos que se niegan a aceptar a Jesucristo durante esta vida en
la tierra. Para librarnos de este juicio lo único que tenemos hacer es
arrepentirnos y creer en el nombre del Señor Jesucristo e invitarlo a ser
nuestro Señor y Salvador.
Fuente:
Biblia de Estudio de Profecía por Tim LaHaye
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